miércoles, 5 de agosto de 2015

VaPoesía: crónica sobre la actividad realizada en la Escuela N° 1726, de Ugarteche, Mendoza

La mañana de los poetas tímidos
por Luis Miguel Rivas
“Me estoy enamorando”, repitió en voz alta Ricardo Rojas Ayrala. La frase la acababa de salir de los labios de una chica de doce años, rostro moreno, asoleado, pomulos salientes y brillantes ojos cafés, que miraba emocionada, en un salón de la Escuela N° 1726, en el poblado rural de Ugarteche, 37 kilómetros al sur de la ciudad de Mendoza, Argentina. Hasta allí se había desplazado el poeta Rojas Ayrala ese primero de junio del 2015, desde Buenos Aires, acompañado de otros cinco escritores y poetas de Argentina, Cuba, Costa Rica y Colombia, con el objetivo de compartir poesía con chicos de una comunidad alejada, que nunca habían tenido contacto con la literatura en carne y hueso.

Era la primera actividad del Festival Va Poesía Argentina, evento que se realiza desde hace tres años a la manera de un corredor cultural entre Costa Rica, Argentina y México y que está destinado a niños, jóvenes y adultos de barrios y comunas alejadas de los centros urbanos con el propósito de hacer de la literatura una “herramienta de inclusión social que debe ser puesta al servicio de aquellos con menores posibilidades de acceso a éstas experiencias”, según reza la filosofía del evento.

Pero mucho antes de que esa frase de amor hubiera salido de los labios de la chica, había sido dicha por el intérprete de una de las canciones que más le gusta a ella, a quien se la escuchó. Y mucho antes que el intérprete, esas palabras habían sido pronunciadas por miles de millones de personas en todas las épocas de la humanidad, en todas las culturas, en múltiples circunstancias y con un efecto tan liberador como el que se veía en el rostro aindiado de la adolescente que la acababa de articular. La frase surgió porque el expositor había preguntado a los muchachos qué canciones les gustaban y si recordaban algún aparte de las letras. “¿Ven cómo nos identificamos con esa frase tan simple y tan profunda?”, concluyó Rojas “es que si no decimos las cosas en palabras, a veces no las acabamos de sentir”. En ese momento las caras de los casi cuarenta hijos de campesinos cultivadores de viñas, ajo y cebolla (la mayoría de los cuales combinan sus días de estudio con jornadas de trabajo en el campo al lado de sus padres), se distensionaron y me pareció que acababan de descubrir en la palabra poesía un sentido más parecido a ellos mismos, que empezaban a sentir que ese término no era una cosa rara, lejana y aburridora, de gente culta, de la ciudad, sino algo que vibra segundo a segundo en el pecho de cada uno, mientras se arranca una cebolla, se ayuda en la vendimia, se cena, se siente el gusto por un chico o una chica o incluso cuando se está aburrido en clase de literatura.

Los muchachos (en su mayoría bolivianos o argentinos hijos de bolivianos, cuyas familias han llegado a Ugarteche durante los últimos cincuenta años para emplearse en las labores del campo y contribuir al desarrollo de la región con su trabajo en las vineras), habían entrado al salón distraídos y escépticos, tal vez predispuestos al discurso tieso de unos adultos extraños que venían a hablarles de cosas serias y ajenas; pero a medida que los poetas hablaban, empezaron a atender con una concentración  espontánea, natural, como cuando jugaban en el patio antes de entrar al aula. No solo escucharon sino que participaron activamente, conversando con Marta Miranda, Ricardo Rojas (coordinadores del evento) y Hernán Shillagi de Argentina; y con Sebastían Miranda de Costa Rica, Marcial Gala de Cuba y Luis Miguel Rivas de Colombia. Y luego siguieron, entre entusiasmados y extrañados, la lectura de algo cuya sola mención antes de ese día les debía producir un letargo soporífero: poemas.
Algo raro, inusitado, unió ese día a jóvenes y adultos (en la actividad estaban también presente las profesoras y directivas de la entidad educativa, además de Yessica xxxxx, funcionaria de la Subsecretaría de Derechos Humanos de Mendoza, entidad que apoyó el proyecto) de distintas nacionalidades y culturas, más allá de los propósitos del evento y de la voluntad de los participantes: una atmósfera cálida en medio del comienzo del invierno, hecha de asombro, camaradería, risas, curiosidad y cariño… y también de palabras. Era la poesía en cueros, con su esencia vital: juguetona, chisporroteante, amable, inquietante. El poeta y narrador Marcial Gala (premio de Novela Alejo Carpentier 2012) empezó contándole a los chicos la historia del Jardinero del Rey que se encuentra a la muerte, y en medio de la narración olvidó el argumento, lo que hizo la historia aún más cercana y divertida para los muchachos, menos prosopéyica y erudita, una historia humana contada por un humano; Hernán Shillagi, poeta de San Martín, narró la historia de un auto escandaloso en el que acostumbraba viajar con su hijo y en el que aprendieron a cantar juntos para convertir la bulla en música, y luego leyó un poema que recreaba esa anécdota; el costarricense Sebastián Medina leyó unos versos pulidos y musicales en los que los chicos se tropezaron, como con una piedra extraña y bonita, con la palabra zopilote, que es como en Centroamérica se le llama a los caranchos, que es como se llama en Argentina a los zamuros, que es como en Venezuela se le dice a los gallinazos, que es como en Colombia se llama a los zopilotes;  a mí me preguntaron por mi país y me alegré de poder mencionar los dos mares y el café sin tener que contestar inquietudes relacionadas con el narcotráfico y la violencia; y Ricardo Rojas Ayara declamó el haikú del gorrión:

Un gorrión caga

un papel con poemas

la mejor hora

Este poema desató una carcajada multitudinaria que rompió cualquier vestigio de distancia que quedara entre poetas profesionales y poetas de la vida. Y los chicos siguieron absortos en los modos de hablar de los extranjeros, en las tonadas cadenciosas y las referencias a esos otros lugares del mundo que iban creando una idea en carne y hueso de la amplitud del planeta, de la existencia de tantas cosas que estaban pasando en ese mismo momento en tantas partes distintas a la vez, tan posibles, tan ciertas y mucho más cercanas de lo que uno se podía imaginar.

El ambiente su puso tan estimulante que luego de un descanso algunos de los muchachos se animaron a leer sus propios escritos ante los visitantes y, tal vez por primera vez, ante sus propios compañeros. Gracias a eso tuve el privilegio de conocer a los lacónicos poetas tímidos.

Los estudiantes salían al frente, desdoblaban hojas de cuadernos escolares y leían sus versos, la mayoría tomados de coplas populares, de adivinanzas o de rimas de las que se habían apropiado cambiándoles palabras y poniéndoles las propias, de acuerdo al destinatario o la ocasión: versos de amor a la madre, rimas cómicas de despecho o declaraciones directas de sentimientos a un ser amado, inasible e incierto. Y en medio de todos le tocó el turno a Jessica Isabel Acosta, de 12 años, la poeta tímida, que salió al frente asistida por una compañera más gruesa y alta que ella, cuya misión era leer el poema Feliz día mamá, mientras la autora miraba al suelo y rastrillaba los pies tratando de hace un hueco en las baldosas:

Me llevaste en tu pancita
Me dejaste caminar
Compartiste mi sonrisa
Y mis ganas de llorar
Ataste muchos cordones
Y limpiaste mi nariz
te esforzás por regalarme
una infancia muy feliz
Hoy yo quiero en este día
Por hoy y por muchos decirte
Lo que yo siento para vos
¡gracias mamá!

El auditorio aplaudió, ovacionó, mientras Jessica se deslizaba hacia la puerta con una media sonrisa entre la tribulación y la sorpresa. Luego le correspondió al segundo poeta tímido: Cristian Baltazar Huallpe, de doce años, bajito, moreno, con un corte de pelo moderno y audaz rematado en una especie de ola, que salió con la cabeza gacha y acompañado de su vocero. El representante leyó el primer poema, un tanto trastabillante y encaró el segundo atropellando las palabras, tal vez más asustado que lo que se suponía iba a estar el autor si los leía él mismo. Entonces Cristián envalentonado por el maltrato a su obra arrebató el cuaderno a su amigo y leyó con voz segura, ante el asombro del público:
En el cielo hay cinco picos
Dorados,
Y en cada pico dice estamos
Enamorados.
Luego volvió a clavar la cabeza en el pecho y así escuchó los aplausos.
                                                                                          ***

Cuando el evento terminó busqué a los dos poetas tímidos para conversar con ellos un poco sobre por qué y cómo habían escrito sus poemas, y tal vez para saber algo sobre esa mezcla de necesidad de expresarse y terror a hacerlo. Pero eran poetas tímidos. Con solo proponerle a Jessica que le quería hacer una entrevista su rostro cambió, en cuestión de milésimas de segundo, del color canela oscuro al rojo ardiente. A Cristian tampoco le gustó la idea. Pero ambos aceptaron a regañadientes. Nos ubicamos en una esquina del patio del colegio y el asunto se complicó porque inmediatamente fuimos rodeados por un corrillo de curiosos que formaron una barrera socarrona alrededor del lugar de la entrevista. En la mitad del círculo los dos poetas tímidos: expuestos, inermes. Obviando las dificultosas circunstancias empecé la entrevista mientras escuchaba risitas por lo bajo.
-        Me gustaron mucho tus poemas –le digo a Jessica- contame ¿cuándo los escribiste?
-        El otro año – contesta mirando el suelo.
-        ¿Quién te motivó a escribirlos?
-        Mi mamá.
-        ¿Tú mamá escribe también o lee?
-        No – contesta girando la cabeza a lado y lado, sin levantarla.
-        ¿Pero ella te animó para que escribieras?
-        ….
Jessica se atreve a alzar  un poco la cabeza y lo primero que encuentra son quince cabezas y treinta ojos burlones, atentos a cada palabra que pueda decir. Yo podría prender un cigarrillo acercándolo a una de sus mejillas.
-        ¿Y qué te dijo? ¿Cómo te animó?
-       
Jessica mete la cabeza entre las piernas como si se fuera a defender de un golpe. La dejo tranquila y me dirijo a Cristian:
-        Contame ¿los poemas tuyos cuándo los escribiste?
-        El otro año.
-        ¿Y cómo empezaste a escribir? ¿Por qué te dieron ganas de escribir?
-        Me gustaba una chica.
-        ¿Y le diste esos poemas a ella?
Cristián baja la cabeza y sonríe con malicia mientras mira con el rabillo los ojos maliciosos que nos rodean. El rumor de las risitas crece.
-        ….
-        ¿Y qué dijo ella? ¿qué te contestó?
Cristian hace una seña con la boca hacia el patio. Entiendo
-        Ahhh ¿Está por ahí?  ¿Pero funcionaron los poemas?
-        Sí –dice casi  imperceptiblemente pero con cierta firmeza.
-        ¿Y antes de escribir esos poemas cómo supiste que existía la poesía? ¿Alguien te leyó o te mostró algo?
-        Mi papá.
-        ¿Cómo se llama tu padre?
-        Alex.
-        ¿Y qué hace?
-        Viña.
-        ¿Y tu madre?
-        Ama de casa.
-        ¿Y cuántos hermanos son?
-        Seis.
-        ¿Y qué puesto ocupás?
-        El mediano
Miro a Jessica enrojecida, ruborizada y al grupo de alrededor haciendo caras. Gageo para hacer la próxima pregunta. Lamento no haber pedido un lugar aislado para encerrarme con ellos. Los poetas tímidos merecen todo el respeto a su intimidad. No lo hice para que nadie se sintiera excluído. Cuántas torpezas cometemos cuando actuamos siguiendo la cáscara de los principios pensando que son los principios.  Vuelvo a Jessica.
-        ¿Y vos cuántos hermanos tenés?
-        Ocho.
-        ¿Y qué puesto ocupás?
-        De los menores.
-        ¿Qué hace tu padre?
-        Viña.
-        ¿Y tu madre?
-        Ama de casa.
El círculo de curiosos ha aumentado y se va cerrando. Trato de crear una imposible atmósfera de confianza para los entrevistados.
-        Y..emmm. ¿Ustedes leen? ¿Les gusta leer?
-        Los libros de mis hermanos –dice Jessica.
-        ¿Y sus hermanos han escrito alguna vez poemas?
-        Mis hermanas –contesta Jessica- para sus novios.
-        ¿Y te los muestran a vos?
-        Sí.
-        ¿y qué dicen?
-        Cosas.
-        Umm…¿Y a parte de los poemas de tus hermanas has leído otros poemas de algún otro poeta o escritor que te haya gustado?
Los dos me miran y se quedan callados. Levantan la cabeza y miran con una chispa de reto a los del corrillo. A ver si alguno se atreve a contestar esa pregunta. Los del corrillo se quedan en silencio.
-        Bueno… ¿y a parte de los poemas que leyeron ahora han escrito algunas otras cosas?
-        Sí –contesta Cristian.
-        ¿Lo mostrás?
-        No los tengo aquí… tengo un cuaderno.
-        ¿Y les gustaría algún día publicarlos? ¿Qué salieran en un libro?
Jessica levanta los hombros y estira los labios con cierto desprecio. Cristian me mira como si estuviera diciendo una estupidez. Miran hacia otro lado. Ahora soy yo quien se sonroja, sorprendido por lo superfluo de mis preocupaciones.
-        Bueno, ustedes acaban de ver a varios poetas y escritores en persona. ¿Antes había visto uno?
-        No
-        ¿Y antes cuando les hablaban de un escritor qué se imaginaban?
-        Una persona profesional – dice Cristian.
-        Una persona organizada – dice Jessica
-        ¿Cómo les pareció el evento de hoy?
-        Interesante –dice Jessica haciendo un esfuerzo desmesurado por sacar palabras que ya no quiere decir.
-          Interensate, educativo –completa Cristian, cansado, aburrido.
-        ¿Y qué recuerdan, qué se les queda de lo que escucharon o vieron hoy? Algo de lo que dentro de una semana o más te acordarás cuando nosotros nos hayamos ido –pregunto sabiendo que ya estoy forzando demasiado las cosas, pero sin poder evitarlo.
-        Lo del gorrión – dice Jessica mirándome fijo y no sé si me quiere decir algo más que lo que me dice.
Me sonrojo nuevamente. Me he obligado a obligarlos a hablar para escribir algo sobre lo que me digan.  Pienso en el gorrión volando sobre lo que escriba con estas palabras sacadas a los trancazos. Termino la entrevista. Todos descansamos. A los poetas hay que dejarlos callados. Nos dispersamos Y mientras me alejo los veo correr por el patio. Otra vez vivos. Otra vez poetas.


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