La mañana de los poetas tímidos
por Luis Miguel Rivas
por Luis Miguel Rivas
“Me estoy enamorando”, repitió en voz alta Ricardo Rojas Ayrala. La
frase la acababa de salir de los labios de una chica de doce años, rostro moreno,
asoleado, pomulos salientes y brillantes ojos cafés, que miraba emocionada, en
un salón de la Escuela N° 1726, en el poblado rural de Ugarteche, 37 kilómetros
al sur de la ciudad de Mendoza, Argentina. Hasta allí se había desplazado el
poeta Rojas Ayrala ese primero de junio del 2015, desde Buenos Aires, acompañado
de otros cinco escritores y poetas de Argentina, Cuba, Costa Rica y Colombia, con
el objetivo de compartir poesía con chicos de una comunidad alejada, que nunca
habían tenido contacto con la literatura en carne y hueso.
Era la primera actividad del Festival Va Poesía Argentina, evento
que se realiza desde hace tres años a la manera de un corredor cultural entre
Costa Rica, Argentina y México y que está destinado a niños, jóvenes y adultos
de barrios y comunas alejadas de los centros urbanos con el propósito de hacer
de la literatura una “herramienta de inclusión social que debe ser puesta al
servicio de aquellos con menores posibilidades de acceso a éstas experiencias”,
según reza la filosofía del evento.
Pero mucho antes de que esa frase de amor hubiera salido de los
labios de la chica, había sido dicha por el intérprete de una de las canciones
que más le gusta a ella, a quien se la escuchó. Y mucho antes que el intérprete,
esas palabras habían sido pronunciadas por miles de millones de personas en
todas las épocas de la humanidad, en todas las culturas, en múltiples
circunstancias y con un efecto tan liberador como el que se veía en el rostro
aindiado de la adolescente que la acababa de articular. La frase surgió porque
el expositor había preguntado a los muchachos qué canciones les gustaban y si
recordaban algún aparte de las letras. “¿Ven cómo nos identificamos con esa
frase tan simple y tan profunda?”, concluyó Rojas “es que si no decimos las
cosas en palabras, a veces no las acabamos de sentir”. En ese momento las caras
de los casi cuarenta hijos de campesinos cultivadores de viñas, ajo y cebolla (la
mayoría de los cuales combinan sus días de estudio con jornadas de trabajo en
el campo al lado de sus padres), se distensionaron y me pareció que acababan de
descubrir en la palabra poesía un
sentido más parecido a ellos mismos, que empezaban a sentir que ese término no
era una cosa rara, lejana y aburridora, de gente culta, de la ciudad, sino algo
que vibra segundo a segundo en el pecho de cada uno, mientras se arranca una
cebolla, se ayuda en la vendimia, se cena, se siente el gusto por un chico o
una chica o incluso cuando se está aburrido en clase de literatura.
Los muchachos (en su mayoría bolivianos o argentinos hijos de
bolivianos, cuyas familias han llegado a Ugarteche durante los últimos
cincuenta años para emplearse en las labores del campo y contribuir al
desarrollo de la región con su trabajo en las vineras), habían entrado al salón
distraídos y escépticos, tal vez predispuestos al discurso tieso de unos adultos
extraños que venían a hablarles de cosas serias y ajenas; pero a medida que los
poetas hablaban, empezaron a atender con una concentración espontánea, natural, como cuando jugaban en el
patio antes de entrar al aula. No solo escucharon sino que participaron
activamente, conversando con Marta Miranda, Ricardo Rojas (coordinadores del
evento) y Hernán Shillagi de Argentina; y con Sebastían Miranda de Costa Rica,
Marcial Gala de Cuba y Luis Miguel Rivas de Colombia. Y luego siguieron, entre
entusiasmados y extrañados, la lectura de algo cuya sola mención antes de ese
día les debía producir un letargo soporífero: poemas.
Algo raro, inusitado, unió ese día a jóvenes y adultos (en la
actividad estaban también presente las profesoras y directivas de la entidad
educativa, además de Yessica xxxxx, funcionaria de la Subsecretaría de Derechos
Humanos de Mendoza, entidad que apoyó el proyecto) de distintas nacionalidades
y culturas, más allá de los propósitos del evento y de la voluntad de los
participantes: una atmósfera cálida en medio del comienzo del invierno, hecha
de asombro, camaradería, risas, curiosidad y cariño… y también de palabras. Era
la poesía en cueros, con su esencia vital: juguetona, chisporroteante, amable,
inquietante. El poeta y narrador Marcial Gala (premio de Novela Alejo
Carpentier 2012) empezó contándole a los chicos la historia del Jardinero del
Rey que se encuentra a la muerte, y en medio de la narración olvidó el
argumento, lo que hizo la historia aún más cercana y divertida para los
muchachos, menos prosopéyica y erudita, una historia humana contada por un
humano; Hernán Shillagi, poeta de San Martín, narró la historia de un auto
escandaloso en el que acostumbraba viajar con su hijo y en el que aprendieron a
cantar juntos para convertir la bulla en música, y luego leyó un poema que
recreaba esa anécdota; el costarricense Sebastián Medina leyó unos versos
pulidos y musicales en los que los chicos se tropezaron, como con una piedra
extraña y bonita, con la palabra zopilote, que es como en Centroamérica se le
llama a los caranchos, que es como se llama en Argentina a los zamuros, que es
como en Venezuela se le dice a los gallinazos, que es como en Colombia se llama
a los zopilotes; a mí me preguntaron por
mi país y me alegré de poder mencionar los dos mares y el café sin tener que
contestar inquietudes relacionadas con el narcotráfico y la violencia; y Ricardo
Rojas Ayara declamó el haikú del gorrión:
Un gorrión caga
un papel con poemas
la mejor hora
Este poema desató una carcajada multitudinaria que rompió cualquier vestigio de distancia que quedara entre poetas profesionales y poetas de la vida. Y los chicos siguieron absortos en los modos de hablar de los extranjeros, en las tonadas cadenciosas y las referencias a esos otros lugares del mundo que iban creando una idea en carne y hueso de la amplitud del planeta, de la existencia de tantas cosas que estaban pasando en ese mismo momento en tantas partes distintas a la vez, tan posibles, tan ciertas y mucho más cercanas de lo que uno se podía imaginar.
El ambiente su puso tan estimulante que luego de un descanso algunos
de los muchachos se animaron a leer sus propios escritos ante los visitantes y,
tal vez por primera vez, ante sus propios compañeros. Gracias a eso tuve el
privilegio de conocer a los lacónicos poetas tímidos.
Los estudiantes salían al frente, desdoblaban hojas de cuadernos
escolares y leían sus versos, la mayoría tomados de coplas populares, de
adivinanzas o de rimas de las que se habían apropiado cambiándoles palabras y
poniéndoles las propias, de acuerdo al destinatario o la ocasión: versos de
amor a la madre, rimas cómicas de despecho o declaraciones directas de sentimientos
a un ser amado, inasible e incierto. Y en medio de todos le tocó el turno a
Jessica Isabel Acosta, de 12 años, la poeta tímida, que salió al frente asistida
por una compañera más gruesa y alta que ella, cuya misión era leer el poema
Feliz día mamá, mientras la autora miraba al suelo y rastrillaba los pies
tratando de hace un hueco en las baldosas:
Me llevaste en
tu pancita
Me dejaste
caminar
Compartiste mi
sonrisa
Y mis ganas de
llorar
Ataste muchos
cordones
Y limpiaste mi
nariz
te esforzás por
regalarme
una infancia muy
feliz
Hoy yo quiero en
este día
Por hoy y por
muchos decirte
Lo que yo siento
para vos
¡gracias mamá!
El auditorio aplaudió, ovacionó, mientras Jessica se deslizaba hacia
la puerta con una media sonrisa entre la tribulación y la sorpresa. Luego le correspondió
al segundo poeta tímido: Cristian Baltazar Huallpe, de doce años, bajito, moreno,
con un corte de pelo moderno y audaz rematado en una especie de ola, que salió con
la cabeza gacha y acompañado de su vocero. El representante leyó el primer
poema, un tanto trastabillante y encaró el segundo atropellando las palabras,
tal vez más asustado que lo que se suponía iba a estar el autor si los leía él
mismo. Entonces Cristián envalentonado por el maltrato a su obra arrebató el
cuaderno a su amigo y leyó con voz segura, ante el asombro del público:
En el cielo hay cinco picos
Dorados,
Y en cada pico dice estamos
Enamorados.
Luego volvió a clavar la cabeza en el pecho y así escuchó los
aplausos.
***
Cuando el evento terminó busqué a los dos poetas tímidos para
conversar con ellos un poco sobre por qué y cómo habían escrito sus poemas, y
tal vez para saber algo sobre esa mezcla de necesidad de expresarse y terror a
hacerlo. Pero eran poetas tímidos. Con solo proponerle a Jessica que le quería
hacer una entrevista su rostro cambió, en cuestión de milésimas de segundo, del
color canela oscuro al rojo ardiente. A Cristian tampoco le gustó la idea. Pero
ambos aceptaron a regañadientes. Nos ubicamos en una esquina del patio del
colegio y el asunto se complicó porque inmediatamente fuimos rodeados por un
corrillo de curiosos que formaron una barrera socarrona alrededor del lugar de
la entrevista. En la mitad del círculo los dos poetas tímidos: expuestos,
inermes. Obviando las dificultosas circunstancias empecé la entrevista mientras
escuchaba risitas por lo bajo.
-
Me gustaron mucho tus poemas –le
digo a Jessica- contame ¿cuándo los escribiste?
-
El otro año – contesta mirando
el suelo.
-
¿Quién te motivó a escribirlos?
-
Mi mamá.
-
¿Tú mamá escribe también o lee?
-
No – contesta girando la cabeza
a lado y lado, sin levantarla.
-
¿Pero ella te animó para que
escribieras?
-
….
Jessica se atreve a alzar un
poco la cabeza y lo primero que encuentra son quince cabezas y treinta ojos
burlones, atentos a cada palabra que pueda decir. Yo podría prender un cigarrillo
acercándolo a una de sus mejillas.
-
¿Y qué te dijo? ¿Cómo te animó?
-
…
Jessica mete la cabeza entre las piernas como si se fuera a defender
de un golpe. La dejo tranquila y me dirijo a Cristian:
-
Contame ¿los poemas tuyos
cuándo los escribiste?
-
El otro año.
-
¿Y cómo empezaste a escribir?
¿Por qué te dieron ganas de escribir?
-
Me gustaba una chica.
-
¿Y le diste esos poemas a ella?
Cristián baja la cabeza y sonríe con malicia mientras mira con el
rabillo los ojos maliciosos que nos rodean. El rumor de las risitas crece.
-
….
-
¿Y qué dijo ella? ¿qué te
contestó?
Cristian hace una seña con la boca hacia el patio. Entiendo
-
Ahhh ¿Está por ahí? ¿Pero funcionaron los poemas?
-
Sí –dice casi imperceptiblemente pero con cierta firmeza.
-
¿Y antes de escribir esos poemas
cómo supiste que existía la poesía? ¿Alguien te leyó o te mostró algo?
-
Mi papá.
-
¿Cómo se llama tu padre?
-
Alex.
-
¿Y qué hace?
-
Viña.
-
¿Y tu madre?
-
Ama de casa.
-
¿Y cuántos hermanos son?
-
Seis.
-
¿Y qué puesto ocupás?
-
El mediano
Miro a Jessica enrojecida, ruborizada y al grupo de alrededor
haciendo caras. Gageo para hacer la próxima pregunta. Lamento no haber pedido
un lugar aislado para encerrarme con ellos. Los poetas tímidos merecen todo el
respeto a su intimidad. No lo hice para que nadie se sintiera excluído. Cuántas
torpezas cometemos cuando actuamos siguiendo la cáscara de los principios
pensando que son los principios. Vuelvo a
Jessica.
-
¿Y vos cuántos hermanos tenés?
-
Ocho.
-
¿Y qué puesto ocupás?
-
De los menores.
-
¿Qué hace tu padre?
-
Viña.
-
¿Y tu madre?
-
Ama de casa.
El círculo de curiosos ha aumentado y se va cerrando. Trato de crear
una imposible atmósfera de confianza para los entrevistados.
-
Y..emmm. ¿Ustedes leen? ¿Les
gusta leer?
-
Los libros de mis hermanos
–dice Jessica.
-
¿Y sus hermanos han escrito
alguna vez poemas?
-
Mis hermanas –contesta Jessica-
para sus novios.
-
¿Y te los muestran a vos?
-
Sí.
-
¿y qué dicen?
-
Cosas.
-
Umm…¿Y a parte de los poemas de
tus hermanas has leído otros poemas de algún otro poeta o escritor que te haya
gustado?
Los dos me miran y se quedan callados. Levantan la cabeza y miran
con una chispa de reto a los del corrillo. A ver si alguno se atreve a contestar
esa pregunta. Los del corrillo se quedan en silencio.
-
Bueno… ¿y a parte de los poemas
que leyeron ahora han escrito algunas otras cosas?
-
Sí –contesta Cristian.
-
¿Lo mostrás?
-
No los tengo aquí… tengo un
cuaderno.
-
¿Y les gustaría algún día
publicarlos? ¿Qué salieran en un libro?
Jessica levanta los hombros y estira los labios con cierto desprecio.
Cristian me mira como si estuviera diciendo una estupidez. Miran hacia otro
lado. Ahora soy yo quien se sonroja, sorprendido por lo superfluo de mis
preocupaciones.
-
Bueno, ustedes acaban de ver a
varios poetas y escritores en persona. ¿Antes había visto uno?
-
No
-
¿Y antes cuando les hablaban de
un escritor qué se imaginaban?
-
Una persona profesional – dice
Cristian.
-
Una persona organizada – dice
Jessica
-
¿Cómo les pareció el evento de
hoy?
-
Interesante –dice Jessica haciendo
un esfuerzo desmesurado por sacar palabras que ya no quiere decir.
-
Interensate,
educativo –completa Cristian, cansado, aburrido.
-
¿Y qué recuerdan, qué se les
queda de lo que escucharon o vieron hoy? Algo de lo que dentro de una semana o
más te acordarás cuando nosotros nos hayamos ido –pregunto sabiendo que ya
estoy forzando demasiado las cosas, pero sin poder evitarlo.
-
Lo del gorrión – dice Jessica mirándome
fijo y no sé si me quiere decir algo más que lo que me dice.
Me sonrojo nuevamente. Me he obligado a obligarlos a hablar para
escribir algo sobre lo que me digan. Pienso
en el gorrión volando sobre lo que escriba con estas palabras sacadas a los
trancazos. Termino la entrevista. Todos descansamos. A los poetas hay que
dejarlos callados. Nos dispersamos Y mientras me alejo los veo correr por el
patio. Otra vez vivos. Otra vez poetas.
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