Portada y prólogo del libro "Crujir de pájaros", el debut de la salvadoreña Francisca Alfaro
Portada de Alejandro Marre (Guatemala)
Crujir de pájaros, de Francisca Alfaro
En su primera parte, este libro instala a
través de un extenso poema, Ficción del amor, una genealogía, una
manera en que ha sido concebido o una manera en la que la autora concibe el
principio y el devenir de todas las cosas. Visión del amor como medio para
instalarte del otro lado, el rito iniciático que clausura la infancia y
transforma lo onírico en real.
Hay una insistencia en ese estado infantil,
insistencia familiar en sostener lo
idílico, los símbolos luminosos: hay que ocultar el deseo para que no
convertirse en carne mortal, en lodo.
Pero como en el cuento infantil, quién
finalmente nos salvará del sueño eterno es el beso, la carne sobre la carne, el
contacto con el otro. Francisca está dispuesta a morir en ese mundo infantil, el
mundo del deseo sublimado para comenzar éste viaje iniciático hacia su otro
lado, hacia la sombra, a ese territorio en donde el deseo se consuma, y que conlleva, por esencia, una repetición
infinita de satisfacción y pérdida, renacimiento y muerte. La poeta claramente
elige, elige atravesar el fuego, ser carne moldeada por su deseo.
Lloverá
y llueve/ para que los dos nos lavemos la miel/y no seamos más que limpios
laberintos de carne/donde ayer fuimos manzanas/
Los pájaros de Francisca crujen y su
crujido es palabra. Son palabras que hablan de juegos: juegos previos,
infantiles, los preliminares a la vida adulta. Hay exploración, se observa en el espejo, se descubre ahí y en
su reflejo al objeto de deseo más cercano: la otra.
Situación incómoda sentirse fuera del orden. El desafío de la poeta/niña es
romperlo, quebrarlo para instalar un reino propio, un orden personal que hable
de ella. Perder la manada, la especie, refundarse a imagen de sus ansias.
Fundada desde su sexo por obra y gracia de los sentidos. Y a su vez ir más allá
y volver a fundirse en la repetición,
anular el sentido y alcanzar el grado cero en donde ya no se es. Y así, al
infinito. Estos poemas nos muestran que
para Francisca no hay meta, hay camino.
De vez en cuando reaparece el eco de otro
tiempo que insiste en la admonición y reintenta un orden. Pero la poeta ha
abierto una brecha en el tiempo, escapó de un estado de sueño, de su crisálida
y se volvió real. Hay condena en el desborde, en el deseo derramado. Pero ella
elige pagar el precio pues el riesgo es quedar constreñida en una
historia ajena, encerrada en un cuento de hadas dicho por otra boca. Entonces
vemos que, lo que es desborde, para la autora es salvación, lucidez, cordura.
En esta empresa no está sola, lleva consigo
una legión de desconocidos que se hermanan en el deseo y se guarecen en la
noche. Sin embargo no es dulzura todo lo hallado. A veces, los rituales operan
en la noche de manera sórdida y cruel. La iniciación conlleva rudeza, dolor,
sangre. No hay música, hay ruidos. No hay batir de alas: hay crujido.
Yo
caminé por todos los callejones donde antes deambulábamos/ para mirar
algún
cuerpo de ángel transfigurado
La segunda parte de éste poemario está
compuestas por textos más breves reunidos bajo un signo común, la sombra. Estos poemas son
luminosos, no porque estén escritos
desde la luz, si no y paradójicamente, porque están atados a ella para poder
existir: la luz es quien recorta la sombra y la vuelve visible. En su conjunto
son como una reverberación del pasado, de lo que hubo que hacer/matar para
llegar hasta aquí. Pero no todo es pasado, vemos a Francisca ostentar en el poema las marcas que dejó la mordaza en
su boca.
Son poemas reflexivos, en donde por ahora
la genealogía ha quedado atrás. Ahora se habla desde un presente absoluto. Hay
diálogo permanente entre una mujer que está parada al margen, en un territorio
cercano a la locura y a la sombra, con otra que da puede cuenta de la
experiencia del mundo. Ambas son ella misma en el intento de explicarse, de
cerrar con palabras la herida abierta en el tránsito hacia el corazón de sí
misma.
Los pájaros que sobrevuelan este primer
libro de Francisca Alfaro nos hablan de libertad, de un no lugar, de un lugar
sin mucha identidad en donde la poeta ha decidido construir su propio mundo, su universo. Es la mirada de
una niña eterna en un mundo de adultos, atravesada por el despertar, la
maravilla, la pérdida. La orfandad. Y
por su única seguridad: la poesía.
Marta Miranda
Buenos Aires, junio de 2015
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